The Cave (Spanish) - Volume III

Se suponía que era una aventura inofensiva: una acampada en los bosques de las afueras de la ciudad. Mi amiga Jenny y yo éramos unas adolescentes aburridas que queríamos escapar de nuestra aburrida ciudad natal durante un fin de semana. Tendríamos que habernos dado la vuelta cuando vimos la estrecha grieta cubierta de enredaderas colgantes. Pero nunca habríamos imaginado los siniestros secretos que ocultaba.

La abertura de la cueva era tan estrecha que tuvimos que deslizarnos de lado, apretándonos entre las rocas dentadas. Pero pronto se abrió en una amplia caverna diferente a cualquier formación que hubiéramos visto antes. Las paredes y los pilares eran perfectamente lisos, como tallados por manos expertas.

Al adentrarnos en el túnel, encontramos las paredes adornadas con elaborados símbolos y glifos de un idioma desconocido. Algunas secciones estaban chamuscadas, con montones de ceniza en el suelo. Este antiguo lugar susurraba rituales y misterio.

Al doblar una esquina, nos quedamos boquiabiertos cuando una enorme cámara se desplegó ante nosotros. Extrañas reliquias estaban talladas en la piedra oscura: ídolos siniestros, discos lunares, inmensos símbolos circulares. Estaba claro que se trataba de algún tipo de templo ceremonial, pero ¿quién lo había construido y con qué oscuro propósito?

A pesar de la inquietud que nos invadía, nos vimos obligados a seguir explorando. Noté que el rostro de Jenny se volvía ceniciento mientras estudiaba el estrado central, un altar de piedra ennegrecida que parecía desconcertantemente capaz de atar a algo, o a alguien.

Me giré para sugerirle que se marchara, pero me quedé helada al ver una figura sombría que se arrastraba por la pared del fondo. Jenny también la vio y ahogó un grito. Se me oprimió el pecho al tratar de entender la forma humanoide que parecía desprenderse de la piedra.

El ser oscuro se deslizó rápidamente por el perímetro de la cámara, como si patrullara el santuario. Jenny y yo nos agazapamos temblorosas tras los pilares, en extremos opuestos de la vasta sala, rezando para que la criatura sombría no nos detectara.

Al cabo de varios minutos angustiosos, se detuvo y recorrió lentamente la cámara como si de pronto se hubiera percatado de una intrusión. Un leve gemido sobrenatural salió de donde debería estar su boca y la temperatura descendió bruscamente. Luego volvió a disolverse en la pared y desapareció de la vista.

Jenny y yo no perdimos tiempo y huimos hacia la entrada, casi arrastrándonos la una sobre la otra en nuestra desesperación. Finalmente, salimos de la estrecha grieta a la luz del día, resollando y sollozando de alivio.

Juramos no volver a hablar del terrorífico templo ni del fantasmal guardián que habíamos visto. Estaba claro que los lugareños sabían que en estas colinas habitaban males ancestrales. Ningún grupo de búsqueda vino a buscarnos: tenían la sabiduría de mantenerse lejos de aquella montaña maldita y de sus secretos.

Desde entonces, he aprendido que a veces las fronteras prohibidas existen por una razón. Los lugares antiguos encierran poderes primigenios fuera de nuestro alcance. Y sólo porque descubras la puerta a la oscuridad, no tienes por qué girar la llave. Puedes alejarte. Pero para algunas puertas, una vez abiertas, las sombras se filtrarán y seguirán para siempre.


"La Cueva" de Oscar Mendieta Bravo

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