The Door (Spanish) - Volume IV
Me di cuenta de que había una puerta más en el pasillo de mi apartamento que no había estado allí antes. Una puerta blanca e inocua, sin marcas y de apariencia totalmente ordinaria. Pero de ella parecía brotar sutilmente una energía inquietante. Sacudí la cabeza, segura de que siempre había pasado desapercibida hasta ahora.
Aun así, sentí una atracción irresistible hacia aquella puerta misteriosa que no podía explicar. A la noche siguiente, por algún impulso, giré el picaporte y la puerta se abrió sin ruido. Más allá había una oscuridad impenetrable y no se veía el final de la habitación. Encendí la linterna con mano temblorosa y me asomé tímidamente al interior.
El haz de luz iluminó tenuemente un pasillo aparentemente interminable, bordeado de más puertas sin marcar que se extendían hacia insondables profundidades negras. Pero antes de que perdiera los nervios, la puerta se cerró inesperadamente en mis narices. Retrocedí de un salto, temiendo haber visto algo que no debía ver.
En los días siguientes, miré constantemente con temor la ominosa puerta, temiendo que volviera a abrirse. Pero permanecía firmemente cerrada, como si nunca hubiera existido. Me dije que debía de ser un sueño; demasiado vino y lecturas nocturnas me jugaban malas pasadas. Hasta que una noche algo me sacó de la cama y volví a plantarme vacilante ante aquella puerta.
Mientras permanecía allí, insegura, de algún lugar detrás de la puerta surgieron gritos apagados y llantos extraños, demasiado apagados para identificarlos, pero estridentes de pánico y dolor. Se me heló la sangre, pero volví a girar el picaporte, deseando saber qué había dentro a pesar de las advertencias de mi corazón.
La oscuridad se extendía igual que antes, pero ahora los sonidos apagados resonaban a lo largo del sombrío pasillo. La curiosidad luchaba con el miedo mientras me ponía de puntillas entre las filas de puertas silenciosas del vacío, buscando el origen de los gritos. Los ruidos aumentaron en una puerta indistinta. Con creciente temor, giré el picaporte y me asomé al interior.
En ese instante vislumbré un tumulto de horrores indescriptibles: cosas contorsionadas que tal vez una vez fueron humanas, retorciéndose y retorciéndose en un espacio de ónice. Un millar de ojos vacíos se volvieron para mirarme con antigua malevolencia, prometiéndome agonía si osaba traspasar sus dominios. Me hicieron señas... pero cerré la puerta con un grito ahogado y huí.
Cerré la puerta exterior de un portazo y cogí un martillo y clavos para cerrarla a cal y canto. ¿Había visto realmente el infierno acechando más allá de aquella puerta inocua? El mal que vislumbraba parecía listo para estallar y reclamar a cualquiera que cruzara su umbral. Sólo las uñas golpeadas por la desesperación podrían enjaular lo que había dentro... eso esperaba.
Días después, extraños accidentes en el apartamento agravaron mi inquietud: objetos que se caían, luces que parpadeaban, susurros que me perseguían. Saltaba con cada crujido, preguntándome si la puerta sellada ocultaba de algún modo un portal que yo hubiera abierto.
Buscando cualquier escapatoria, reservé el vuelo más rápido y dormí en un motel hasta la salida. Pero aquella última noche me desperté y la puerta se cernía de nuevo sobre mí como si me hubiera seguido. Unos zarcillos oscuros se enroscaban bajo el marco, alrededor de los clavos, mientras unos aullidos ahogados resonaban desde algún lugar profundo. El terror se apoderó de mí: ¡ya no tenía a dónde huir de lo que había invitado a entrar tontamente!
Grité cuando la puerta se abrió y un centenar de manos hambrientas irrumpieron para reclamar su ansiado premio. Mientras me arrastraban hacia las tinieblas de la eternidad, un bendito entumecimiento se apoderó de mí. Me convertí en nada: ya no quedaban puertas que me llamaran, ni cordura que devastar. Ahora sólo me esperaba el olvido misericordioso...
"La Puerta" de Oscar Mendieta Bravo

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